¿Y si nos quedamos sin sacerdotes?
(J. M. Castillo)
La escasez de vocaciones es un hecho tan notable, que hasta los políticos alemanes han pedido a los Obispos que ordenen como curas a hombres casados. Pero los obispos alemanes ya han dicho que no.
Sea lo que sea, ha llegado el momento de preguntarse: ¿y si un día nos quedemos sin sacerdotes? ¿Sería el derrumbe de la Iglesia?
El cristianismo tiene su origen en Jesús. Y Jesús no fue sacerdote. Fue un laico, que vivió y enseñó como laico. Reunió un grupo de discípulos, compuesto por hombres y mujeres que iban con él de pueblo en pueblo. Es cierto que La carta a los Hebreos de la Biblia, dice que Cristo fue sacerdote. Pero lo dice en el sentido laical de la palabra. De hecho, este escrito es el más laico de todo el Nuevo Testamento. Porque el sacerdocio de Cristo no fue "ritual", sino "existencial". Lo que Cristo ofreció no fue un rito en un templo, sino su existencia entera, en el trabajo, viviendo con los demás, y muriendo horriblemente. Para los cristianos, no hay más sacerdocio que el de Cristo, que consiste en que cada uno viva para los demás.
Por eso el sacerdocio como hoy se vive en la Iglesia no tiene fundamento bíblico ninguno.
En la Iglesia no debería haber hombres "consagrados". Tiene que haber hombres y mujeres "ejemplares". En el Nuevo Testamento jamás se habla de "sacerdotes" en la Iglesia. Esta situación se mantuvo hasta el siglo III. O sea, la Iglesia vivió durante casi doscientos años sin sacerdotes. La comunidad celebraba la eucaristía, pero no la presidía un "sacerdote". Había responsables para ello, pero no se les consideraba hombres "sagrados" o "consagrados". En el s. III, Tertuliano informa que cualquier cristiano presidía la eucaristía ("De exhort. cast. VII, 3). Una de dos: o Jesús vivió equivocado o los que andamos equivocados somos nosotros.
¿Qué pasaría si se acabaran los sacerdotes en la Iglesia? La Iglesia recuperaría el modelo original de Jesús. Sería más auténtica, más presente en el pueblo y entre los ciudadanos. No tendría funcionarios, ni dignidades que dividen y separan.
La Iglesia creyó que teniendo muchos curas sería una Iglesia fuerte, con influencia en la cultura y en la sociedad. Pero los dueños del "poder sagrado" terminaron convirtiendo a los demás en "súbditos obedientes", y dividiéndola entre los pocos que mandan y los muchos que obedecen.
Probablemente el cambio se va a producir, no por decisiones de Roma, sino porque la vida y el giro de la historia nos llevan a eso: a una Iglesia compuesta por comunidades de fieles, conscientes de su responsabilidad, unidos a sus obispos, respetando los diversos pueblos y culturas. Ya son muchas las comunidades en todo el mundo donde, por falta de curas, los laicos celebran la eucaristía. Porque están convencidas de que la eucaristía no es un privilegio de los sacerdotes, sino un derecho de la comunidad. El proceso está en marcha. Y mi convicción es que nadie lo va a detener.
Y no digo esto porque me importe poco la Iglesia, o porque no la quiera. Al contrario. Le debo tanto y me importa tanto, que lo que más deseo es que sea fiel a Jesús y al Evangelio
(J. M. Castillo)
La escasez de vocaciones es un hecho tan notable, que hasta los políticos alemanes han pedido a los Obispos que ordenen como curas a hombres casados. Pero los obispos alemanes ya han dicho que no.
Sea lo que sea, ha llegado el momento de preguntarse: ¿y si un día nos quedemos sin sacerdotes? ¿Sería el derrumbe de la Iglesia?
El cristianismo tiene su origen en Jesús. Y Jesús no fue sacerdote. Fue un laico, que vivió y enseñó como laico. Reunió un grupo de discípulos, compuesto por hombres y mujeres que iban con él de pueblo en pueblo. Es cierto que La carta a los Hebreos de la Biblia, dice que Cristo fue sacerdote. Pero lo dice en el sentido laical de la palabra. De hecho, este escrito es el más laico de todo el Nuevo Testamento. Porque el sacerdocio de Cristo no fue "ritual", sino "existencial". Lo que Cristo ofreció no fue un rito en un templo, sino su existencia entera, en el trabajo, viviendo con los demás, y muriendo horriblemente. Para los cristianos, no hay más sacerdocio que el de Cristo, que consiste en que cada uno viva para los demás.
Por eso el sacerdocio como hoy se vive en la Iglesia no tiene fundamento bíblico ninguno.
En la Iglesia no debería haber hombres "consagrados". Tiene que haber hombres y mujeres "ejemplares". En el Nuevo Testamento jamás se habla de "sacerdotes" en la Iglesia. Esta situación se mantuvo hasta el siglo III. O sea, la Iglesia vivió durante casi doscientos años sin sacerdotes. La comunidad celebraba la eucaristía, pero no la presidía un "sacerdote". Había responsables para ello, pero no se les consideraba hombres "sagrados" o "consagrados". En el s. III, Tertuliano informa que cualquier cristiano presidía la eucaristía ("De exhort. cast. VII, 3). Una de dos: o Jesús vivió equivocado o los que andamos equivocados somos nosotros.
¿Qué pasaría si se acabaran los sacerdotes en la Iglesia? La Iglesia recuperaría el modelo original de Jesús. Sería más auténtica, más presente en el pueblo y entre los ciudadanos. No tendría funcionarios, ni dignidades que dividen y separan.
La Iglesia creyó que teniendo muchos curas sería una Iglesia fuerte, con influencia en la cultura y en la sociedad. Pero los dueños del "poder sagrado" terminaron convirtiendo a los demás en "súbditos obedientes", y dividiéndola entre los pocos que mandan y los muchos que obedecen.
Probablemente el cambio se va a producir, no por decisiones de Roma, sino porque la vida y el giro de la historia nos llevan a eso: a una Iglesia compuesta por comunidades de fieles, conscientes de su responsabilidad, unidos a sus obispos, respetando los diversos pueblos y culturas. Ya son muchas las comunidades en todo el mundo donde, por falta de curas, los laicos celebran la eucaristía. Porque están convencidas de que la eucaristía no es un privilegio de los sacerdotes, sino un derecho de la comunidad. El proceso está en marcha. Y mi convicción es que nadie lo va a detener.
Y no digo esto porque me importe poco la Iglesia, o porque no la quiera. Al contrario. Le debo tanto y me importa tanto, que lo que más deseo es que sea fiel a Jesús y al Evangelio
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