COMISION DE VIVENCIA, FE Y POLITICA

La iglesia de los pobres y la ofensiva conservadora: lecciones y dilemas de
nuestra estrategia

Comisión de Vivencia, Fe y Política, junio de 2011 (Ecuador)

América Latina ha sido vista recientemente como el único continente que pasó
de la resistencia a la construcción de alternativas al neoliberalismo.
Sin embargo, la política económica de los gobiernos “progresistas”
deja ver que si bien las políticas implementadas se alejan del
neoliberalismo en su versión ortodoxa, al mismo tiempo distan de
ser una alternativa al capitalismo mundial. En Ecuador, el
verdadero horizonte del Gobierno es una economía extractivista con
explotación minera a gran escala. El gran desafío de los movimientos
populares y de izquierda es convertirse en factores decisivos que
presionen por un cambio radical y profundo que siente las bases de
una sociedad pos-capitalista. Semejante desafío resulta más complejo y
difícil cuando estos movimientos tienen que enfrentar no solo a la
acción de la derecha sino a la represión y persecución de estos mismos
gobiernos “progresistas”.


En el plano eclesial asistimos a uno de los momentos más altos de
la ofensiva conservadora liderada por el Vaticano. El vertiginoso ascenso
a los altares de Juan Pablo II, principal gestor de la contrarreforma
eclesial, simboliza esta ofensiva. El Vaticano posiciona a los
movimientos eclesiales más conservadores como el OPUS DEI o Heraldos del
Evangelio (Tradición Familia y Propiedad) en antiguas diócesis
progresistas con la finalidad expresa de liquidar todo lo que quede
de la teología de la liberación. A pesar de las resoluciones en cierta
medida progresistas de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano
realizada en Aparecida en mayo del 2007, las estrategias de resistencia de
los grupos populares eclesiales han sido extremadamente débiles.

El conflicto en la Iglesia de Sucumbíos muestra la fragilidad y
potencialidad de los procesos liberadores ante la ofensiva
conservadora. La importancia de la expulsión de los Heraldos del
Evangelio no puede ser minimizada. Es un gran logro de la resistencia de la
Iglesia de los Pobres.

No era fácil conseguirlo y todos debemos felicitarnos y felicitar a los
hermanos de ISAMIS. Pero en el fondo persiste un problema de estrategia.
Hacia fines de los años 1960 e inicios de los años 1970 la iglesia
latinoamericana pretendía hacer de la Iglesia católica una
“comunidad de comunidades”. Esa pretensión ha fracasado. Como bien
lo planteó José Comblin cuando nos acompañó en el Primer Encuentro de
Iglesia de los Pobres en el año 2006, “era ingenuo pensar que toda la
iglesia iba a transformarse en una comunidad de comunidades pobres.
Esto era ignorar la historia”.

Debemos revisar esa estrategia urgentemente. Una mirada a los procesos
eclesiales populares que hemos vivido nos permitirá identificar los
principales dilemas estratégicos que enfrentamos y nos servirá para
rectificar con miras a crear las condiciones básicas para resistir
en mejores condiciones la ofensiva vaticana. Presentamos a la discusión
nuestra lectura de cuáles son esos dilemas centrales y cuáles los desafíos
para una estrategia renovada.

Trabajar en silencio vs opción profética

Hasta ahora amplios sectores de la Iglesia de los Pobres han
caminado subordinados a la institucionalidad eclesial, buscando “no
hacer olas”, evitando los enfrentamientos abiertos, las
confrontaciones públicas y mediáticas. El costo de esta estrategia
ha sido renunciar a un testimonio profético público y abierto. Esta
estrategia sin duda contribuye a construir estructuras locales de base, se
gana tiempo y se evita la intervención de las jerarquías conservadoras
mientras se desarrolla un trabajo de base que requiere del rol activo y un
liderazgo del clero. Pero a la larga se renuncia a la acción profética
pública y se sacrifica la posibilidad de contribuir a crear un
imaginario social de una iglesia distante del poder hegemónico, cercana a
los intereses populares y a los procesos de lucha social. Una Iglesia que,
como ocurrió durante los tiempos de Monseñor Leonidas Proaño, en momentos
de conflicto puede activar una red estructurada de apoyos políticos,
una importante movilización social y ganar la opinión pública de amplios
sectores.

Trabajo local vs trabajo nacional

Hasta ahora la mayoría de la Iglesia de los Pobres ha
privilegiado el trabajo parroquial, la organización local, y, en el
mejor de los casos, una estrategia confinada al ámbito diocesano.
Carecemos de espacios de articulación nacional con estructuras propias. El
trabajo de la Iglesia Popular es prioritariamente localista y
parroquial. Pocos han estado dispuestos a avanzar en procesos
nacionales reales, en redes de comunicación, en estructuras que
puedan activar la solidaridad entre los grupos locales. Los pocos vínculos
continentales desarrollados muchas veces son solo formales sin que existan
estructuras nacionales funcionales y efectivas. El resultado ha sido,
entonces, un proceso organizativamente débil, disperso y
políticamente vulnerable, sin liderazgos públicos aceptados y reconocidos.

Estructuras autónomas vs pertenencia a la iglesia institucional

En muchas ocasiones se ha visto con desconfianza la demanda de crear
estructuras autónomas, independientes de la institución eclesial. Se lo ha
considerado una amenaza a la unidad eclesial o una falta de identidad de
Iglesia. Sin embargo, la verdad es que los únicos procesos que
han sobrevivido luego de las ofensivas conservadoras han sido las
estructuras construidas con autonomía frente a la institución
eclesial. Su autonomía incluye lo económico, lo político y lo
ideológico, y su dinámica no responde a las necesidades e intereses
institucionales. Prácticamente todas las estructuras construidas sobre la
base de la dependencia eclesial, si han sobrevivido, lo han hecho
renunciando al compromiso liberador.

Esto es evidente en Ecuador. Dos obispos distintos, progresistas ambos, con
dos estilos diferentes y con resultados similares. Monseñor Leonidas Proaño,
con fuerte acción profética pública, que tuvo alcances nacionales y
mundiales. Su acción pública le costó no pocos enfrentamientos
abiertos con sus compañeros de episcopado y persecuciones por parte
del poder político y económico. Por otro lado, Monseñor Gonzalo
López Marañón, con una acción pastoral silenciosa, sin hacer olas,
sin más denuncias públicas que las estrictamente necesarias y casi
únicamente desarrolladas dentro del ámbito diocesano, con una acción
pastoral casi desconocida, o conocida únicamente dentro de los ámbitos
progresistas de la iglesia. Los resultados en ambas experiencias están a la
vista: en Chimborazo lo que pudo escapar a los cambios institucionales
fueron las organizaciones indígenas y populares que crearon sus
propias estructuras independientes de la institución como el
Movimiento Indígena de Chimborazo. Las que se llamaron “Iglesias
vivas” (comunidades indígenas que incluyeron en sus dinámicas
sociales la lectura del evangelio) sobrevivieron con dificultad debido
en muchos casos a las dependencias que tenían frente a los sacerdotes que
hacían las veces de dinamizadores y brindaban legitimidad y confianza a la
organización. Las Comunidades Eclesiales de Base virtualmente
desaparecieron, aunque algunas sobrevivieron en condiciones totalmente
marginales, resistieron y existieron a la espera de que algún sacerdote
llegara en su auxilio. Pero la dinámica de la iglesia de Riobamba sufrió
un retroceso radical: más sacramentos, menos organización popular, más
iglesia menos sociedad nueva.

Algo parecido sucede en Sucumbíos. Ante la llegada brutal y
despiadada de los Heraldos del Evangelio, la resistencia más
estructurada se organizó desde la Federación de Mujeres de Lago Agrio: la
principal trinchera para enfrentar la ofensiva conservadora son las
organizaciones populares y las organizaciones de la sociedad civil,
apoyadas y sostenidas, sin duda, por las comunidades eclesiales de
base. Aunque en este caso todavía está por verse el desenlace final y la
manera en que quedarán las CEB, es claro que cualquiera que sea, las
organizaciones eclesiales existirán mientras permanezcan sacerdotes,
monjas u organizaciones religiosas afines a sus principios pastorales.
Luego de la importante victoria de la resistencia al expulsar a los Heraldos
del Evangelio ¿es razonable suponer que el Vaticano nombrará un obispo
progresista afín a la Teología de la Liberación? Por supuesto, la
respuesta es no. Aunque no puede descartarse que ocurra algún milagro,
lo más probable es que el sucesor definitivo provenga de sectores
moderados o conservadores que realice los cambios más pausadamente
pero de manera igualmente implacable. Esto es lo que ha ocurrido en
todas partes, de Riobamba a Los Ríos, de Guaranda a Cuenca. El resultado
será seguramente el mismo: las estructuras construidas al amparo
eclesial no resisten un cambio jerárquico. El caso de la Radio
Sucumbíos es el mejor ejemplo de un reiterado error estratégico: dejar las
estructuras liberadoras en manos de la Iglesia cuando pudo haberse
trasladado su propiedad a manos de los laicos, de alguna comunidad con
personería jurídica propia o de alguna organización social. Ninguna lucha
social tiene garantías, pero es claro que hay mejores oportunidades para
resistir los cambios impulsados por la jerarquía conservadora cuando hay
autonomía laical.

Los dilemas estratégicos que hemos mencionado son verdaderos y nadie tiene
la fórmula mágica para hacerlos desaparecer. Las estrategias
silenciosas, parroquiales e internas de la iglesia, pueden exhibir
logros importantes. Pero han tocado sus límites ante la presión conservadora
de la Iglesia. Es hora de revisar estos aspectos estratégicos para que en
cada sector la iglesia liberadora y las organizaciones populares estemos
en mejores condiciones para resistir y para construir alternativas.
¿Necesitamos estructuras nacionales? ¿Cómo deben ser? ¿Necesitamos
una voz pública? ¿Quién o quiénes deben lanzarse a ganar la opinión
pública? ¿Necesitamos estructuras autónomas frente a la Iglesia? ¿Cuáles y
cómo sostenerlas? Sobre todo, para modificar nuestras estrategias debemos
poner nuevamente en su sitio lo esencial: el carácter “Reino-céntrico” de
la iglesia de los pobres. Lo central es construir el Reino, “lo
demás vendrá por añadidura”. Por tanto, hay que relativizar la
institucionalidad eclesial, su estructura, sus prácticas, su
distorsionado mensaje que traiciona el del evangelio. Hay que
combatir decididamente la dinámica hegemónica de la iglesia. Y todo
esto debería ser pensado a la luz de las luchas históricas de las
víctimas del sistema, no desde el interés eclesial sino desde la necesidad
urgente de combatir el sistema capitalista en crisis que genera todo tipo
de desigualdades. La Iglesia de los pobres debe ser un instrumento más,
junto a muchos otros, de este proceso de construcción histórica del Reino de
Dios.

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