La Iglesia Católica y el golpe de 1964 en Brasil

Otro mundo posible


Domingo 23 de marzo de 2014 | 18:02
Sabemos que el pueblo latinoamericano es profundamente religioso. Pregúntenle a un sencillo campesino cuál es su visión del mundo y con toda seguridad recibirá una respuesta de carácter religioso. ¿Nos damos cuenta de ello? Casi todos. Excepto una parcela de la izquierda latinoamericana que, influenciada por el positivismo marxista europeo, se olvida de aplicar el método dialéctico al factor religioso y, a contrapelo de Marx y Engels (véase El Cristianismo primitivo, de Engels), consideró todo cuanto oliera a agua bendita e incienso como pura alienación que debía ser duramente combatida. Peor: incluyeron en los estatutos de sus partidos la exigencia de que el nuevo militante se declarase formalmente ateo… O sea, primero ateo, después revolucionario.
La derecha, más inteligente en su actuación, siempre ha sabido explotar el factor religioso en su provecho. Así, para evitar que Jango implementase en el Brasil reformas de base (estructurales) invocó la protección anticomunista de Nuestra Señora Aparecida y trajo de los Estados Unidos al P. Peyton, que promovió por todo nuestro país marchas de familias “con Dios y por la libertad”.
Vino el golpe militar, el 1 de abril de 1964, y no era mentira… Jango fue depuesto y la saña represiva se difundió por todo el país.
Como miembro de la dirección nacional de la Acción Católica participé en Rio de Janeiro, en el convento del Cenáculo, calle Pereira da Silva, en Laranjeiras, en la reunión de la CNBB en la que los obispos católicos definieron su posición ante el cuartelazo. Se dio una acalorada discusión entre progresistas y conservadores. Por un lado Dom Helder Camara, obispo auxiliar de Rio, apoyado por Dom Carlos Carmelo Mota, arzobispo de São Paulo y presidente de la CNBB, criticó a los militares por el irrespeto a la Constitución y al orden democrático. Por el otro Dom Vicente Scherer, arzobispo de Porto Alegre, y Dom Geraldo Sigaud, arzobispo de Diamantina (MG), exigían un Te Deum por creer que la Virgen de Aparecida había escuchado los clamores del pueblo y haber librado al Brasil de la amenaza comunista. Venció esta segunda posición. La CNBB dio su apoyo oficial a los militares golpistas.
Sin embargo no hay mal que dure para siempre. En aquellas fechas un amplio sector de la Iglesia Católica ya estaba comprometido con la resistencia a la dictadura. Ésta no supo percibir la diferencia entre católicos progresistas y conservadores. Cometió el error de considerar a la Iglesia como una institución monolítica, de poder centralizado, que tácitamente encendía una vela a Dios y otra al diablo…
La semilla del progresismo católico en el Brasil había sido sembrada por la Acción Católica, influida por la Acción Católica francesa que, en la Segunda Guerra Mundial, había participado en la resistencia contra los nazis y en alianza con los comunistas. Aquí la JEC (Juventud Estudiantil Católica) y la JUC (Juventud Universitaria Católica) se destacaban en la lucha por la justicia en el movimiento estudiantil. De esos movimientos nació la Acción Popular, en la cual los militantes católicos de izquierda actuaban sin atenerse a los obispos ni comprometer a la institución eclesiástica.
En la primera semana de junio de 1964, dos meses después del golpe, el CENIMAR, servicio secreto de la Marina, promovió en Rio una campaña destinada a capturar militantes de la Acción Popular. Para ellos no existía diferencia entre Acción Católica y Acción Popular. El apartamento de la dirección nacional de la Acción Católica, de la JUC y de la JEC, vecino al convento del Cenáculo, fue allanado en la madrugada del 5 al 6 de junio de 1964. Y todos fuimos llevados presos.
En otras regiones del país, laicos, religiosos(as) y sacerdotes fueron perseguidos, apresados y/o llamados a declarar en el IPMs (Investigación Policial Militar). Entonces la represión se dio cuenta de que no toda la Iglesia apoyaba el golpe. Había incluso obispos y cardenales críticos a la dictadura y dispuestos a defender los derechos humanos. Muchos se comprometieron en acciones de resistencia, sea dando sermones considerados “subversivos”, sea escondiendo a perseguidos políticos.
A partir del encarcelamiento de los frailes dominicos aliados a la Acción Liberadora Nacional, dirigida por Carlos Marighella, en noviembre de 1969 (véase mi libro y película del mismo título, dirigida por Helvecio Ratton, Bautismo de sangre), se profundizó el conflicto entre Estado e Iglesia Católica. La CNBB, para ese entonces hegemonizada por obispos progresistas, emitió documentos en defensa de los derechos humanos y de la democracia, y el papa Pablo VI respaldó a los religiosos encarcelados.
En São Paulo el cardenal Paulo Evaristo Arns creó, a partir de 1970, una amplia articulación de resistencia y crítica a la dictadura, y defensa de los derechos humanos: Comisión Justicia y Paz, equipo Clamor, periódico O São Paulo, culminando con la publicación del más consistente documento antidictadura producido hasta hoy, el libro Brasil Nunca Más, en el que los crímenes de la dictadura son divulgados con base, no en las noticias de los periódicos, sino en documentos oficiales elaborados por las Fuerzas Armadas.
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Escrito por: Frei Betto

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