Religión y Proyecto

APARICIONES ENTRE INTERROGANTES


La Aparecida

En el término municipal de Orihuela, lugar de nacimiento del poeta Miguel Hernández, existe una zona urbana denominada La Aparecida. Este nombre proviene de una leyenda sobre un lienzo pintado al óleo con una imagen de María, la madre del Galileo, amamantando a su bebé. Al parecer, en 1736 un agricultor llamado Jaime Trigueros encontró el lienzo enterrado mientras labraba su campo. Cuenta la leyenda que los bueyes con los que araba se resistieron a seguir tirando del arado. El campesino halló el lienzo enganchado en su reja. Después de lavarlo, resplandecía. La noticia se divulgó entre los lugareños, que acudían a diario para contemplarlo y rezar. Jaime decidió informar del hecho a la autoridad eclesiástica.

El obispo del lugar, D. José Flores Ossorio, muy aficionado a asuntos de construcción, mandó edificar una capilla en el pueblo de Jaime Trigueros. Pero, por falta de acuerdo del prelado con los vecinos respecto a la ubicación del edificio religioso, se decidió por consenso que una burra llevara el lienzo sobre su lomo y allá donde se parase señalaría el lugar donde debía erigirse el templo. Y así se hizo. La burra se detuvo en el barrio de Los Esparragales. Puro instinto animal. Gracias a los bueyes, al obispo y a la burra se levantó una capilla en el punto preciso que hoy se conoce con el nombre de La Aparecida.

Apariciones a porrillo

Nada insólito. Existen miles de emplazamientos y pueblos de medio mundo donde han arraigado leyendas de apariciones de una mujer a la que identificaban como La Virgen, y a la que asignaban un nombre específico acorde con el lugar o con alguna circunstancia asociada a la supuesta aparición. Dos mil años han dado para apariciones a punta pala. Muchas de ellas convalidadas por el obispo titular de la diócesis correspondiente. Unas pocas, reconocidas oficialmente por la máxima autoridad eclesiástica. Todas han supuesto cambios importantes: Nuevos fervores, oraciones, cánticos, emociones, creencias, patronazgos, fiestas, romerías… Y, sobre todo, prosperidad económica.

En torno a esas supuestas apariciones: cobró auge el sector de la construcción; se revalorizaron fincas y bienes inmuebles; brotaron negocios de diversa índole; se multiplicó el turismo; despertó un interés inusitado entre desvalidos y desahuciados. Y el poder político se preocupó por consolidar y potenciar esos focos de atracción.

La primera aparición

Conforme a la creencia tradicional, la primera aparición tuvo como destinatario a Santiago, uno de los dos ambiciosos hermanos e hijos de Zebedeo. La conocida como Virgen del Pilar decidió en el año 40, estando aún con vida y rondando los sesenta, cruzar el Mediterráneo de punta a punta para aparecérsele a Santiago en la ciudad romana llamada entonces Caesaraugusta (hoy, Zaragoza). Este hijo del Trueno, dicen, ya andaba por aquí. Aunque no pudo entretenerse demasiado por estas tierras. De hecho, tuvieron que retornar los dos, aunque nada se sabe acerca de cómo realizaron ese largo y complicado viaje de ida y vuelta. Santiago debió regresar en breve a Israel porque al rey Herodes Agripa I le dio por cortarle la cabeza hacia el año 44 (Hech 12,1-2). Fue el primero de los Doce en caer.

El reconocimiento de la Virgen del Pilar no quedó solo en el nombre ni en su confirmación por las autoridades religiosas. Desde las alturas políticas se mantuvo un interés especial por la del Pilar. En 1908 un decreto ley firmado por el rey Alfonso XIII la nombró ¡Capitana General del ejército español!

Apariciones imaginadas en el NT.

Al contrario de lo sostenido por la infinidad de narraciones legendarias surgidas durante veinte siglos, casi no existen apariciones reales de María en el NT. Las imaginadas se hallan en los textos de dos de los evangelistas.

Mateo y Lucas hablan de ella al comienzo de sus escritos, último estrato de la composición evangélica. Después del año 70, en un contexto inclinado a idealizar la figura del Galileo para revalorizar su proyecto, estos dos evangelistas construyeron unos relatos con la finalidad de mostrar el origen divino de su concepción y nacimiento. Ambos evangelios nombran a María por su nombre (Mt 1,16.18.20; 2,11; Lc 1,27.30.34.38.39.41.46.56; 2,5.16.19.34). Ahora bien, entre ellos hay más diferencias que coincidencias.

    Mateo simplifica:

Mateo ofrece solo un breve apunte:

“Así nació Jesús el Mesías: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo” (Mt 1, 18).

Introduce a un mensajero celestial (“el ángel del Señor” v.20) para explicarle a José ese hecho sorprendente. El evangelista destaca la exclusiva intervención divina en la fecundación de María y subraya con parquedad que ella y José no mantuvieron relaciones sexuales antes del nacimiento del Galileo:

“sin haber tenido relación con él, María dio a luz un hijo, y él le puso de nombre Jesús” (v.25)

El relato de Mateo se reduce a pura narración. Ni María ni ninguno de los personajes citados intervienen activamente. Ella aparece, también en forma pasiva, en el relato de la visita de los sabios llagados de Oriente (2,11). Y es mencionada sin decir su nombre en los relatos de huida y regreso de Egipto (2,14.20-21).

    Lucas teatraliza

En Lucas, sin embargo, prima la acción, se multiplican los detalles y los personajes adquieren protagonismo.  El tercer evangelista identifica de entrada al mensajero:

“…envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, que se llamaba Nazaret, a una joven prometida a un hombre de la estirpe de David, de nombre José; la joven se llamaba María” (Lc 1, 26-27).

No se dice quién ni cómo pudo reconocer al mensajero hasta el punto de saber su nombre. Lucas no parece tener dudas. Se trataba de un tal Gabriel, el mismo que aparece en el libro de Daniel (Dan 8,16; 9,21), un texto singular escrito en formato trilingüe (unos trozos en hebreo, otros en arameo y otros en griego) algo más de siglo y medio más atrás.

Lucas escenifica el encuentro del mensajero Gabriel con María. Él comienza a hablar sin haber presentaciones previas. Ella no se sorprende por su presencia, sino por lo que él afirma. Entre ambos se suscita un diálogo (Lc 1,26-38). El tema se centra en la concepción de un hijo por parte de María sin participación de un hombre. Dios mismo intervendrá en la operación. El mensajero aporta detalles de tinte religioso. Para dar credibilidad a su anuncio, le informa que una familiar suya de nombre Isabel parirá también otro niño a pesar de su esterilidad. Tras la aceptación del recado por parte de María, el mensajero se marchó tal como había llegado, sin hacerse notar.

Seis meses antes, ese mismo mensajero, Gabriel, -cuenta Lucas- se había aparecido también al marido de Isabel, el sacerdote Zacarías, durante su servicio en el templo:

“Se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso” (Lc 1,11).

Al pedir garantías respecto a su información, el mensajero le facilita su nombre:

“Yo soy Gabriel, que estoy a las órdenes inmediatas de Dios” (v.19).

La posterior visita de María a Isabel sirve al evangelista para declarar la subordinación del Bautista al Galileo (Lc 1,39-45) y para que María confirme la aceptación de su embarazo divino y pregone poéticamente la grandeza del hijo que espera y la misión definitiva que este tiene encomendada (Lc 1,46-55):

“Su brazo interviene con fuerza,

desbarata los planes de los arrogantes,

derriba del trono a los poderosos

y exalta a los humildes.

A los hambrientos los colma de bienes

y a los ricos los despide de vacío” (vv. 51-53).

    Una aparición desafortunada

De considerar históricos estos relatos resultaría incomprensible la única aparición real de María en los evangelios. No intervino sola. Le acompañaban los hermanos del Galileo. Faltaba únicamente José. Se desconoce el motivo. Marcos nunca lo nombró. A pesar de su ausencia, el nutrido conjunto se bastaba. Iban a por el Galileo. Por lo que parece, se excedió en sus planteamientos y sobrepasó peligrosamente todos los límites. Marcos presenta la maniobra del grupo familiar en dos partes. Corresponden a sus dos movimientos, uno de salida desde el punto donde habitaban y otro de llegada adonde se hallaba el mayor de los hijos. El primero revela las intenciones de la familia y la razón que les mueve a intervenir. El segundo señala el procedimiento usado para ejecutar su plan:

Primer movimiento:

“Al enterarse los suyos se pusieron en camino para echarle mano, pues decían que había perdido el juicio” (Mc 3,21).

Segundo movimiento:

“Llegó su madre con sus hermanos y, quedándose fuera, lo mandaron llamar. Una multitud de gente estaba sentada en torno a él. Le dijeron:

Oye, tu madre y tus hermanos te buscan ahí fuera” (Mc 3,31-32).

    Para reintegrarlo al orden

El objetivo del grupo de allegados no admite dudas: intentan retirarlo de la circulación y conducirlo a casa. Probablemente, con intención de evitarle riesgos mayores provenientes de la institución religiosa y el poder político. Unos y otros lo tenían ya en el punto de mira. Marcos había dado cuenta con anterioridad de una alianza antinatural entre facciones de religiosos y políticos para eliminarlo:

“Los fariseos, junto con los herodianos, se pusieron enseguida a maquinar en contra suya, para acabar con él” (Mc 3,6).

La finalidad de los familiares al salir en su busca no ofrece dudas. El sentido del verbo griego (traducido por: “echarle mano”) que Marcos utiliza para indicar el propósito de la familia tiene un fuerte carácter coercitivo. En todas las ocasiones en que lo usa, informa sobre una acción fuertemente represiva: El prendimiento del Bautista (Mc 6,17); Las canallas intenciones de sumos sacerdotes, letrados y senadores contra el Galileo (Mc 12,12); el empeño criminal contra él de sumos sacerdotes y letrados (Mc 14,1); la señal de Judas a la turba enviada por los máximos representantes de la nación para capturar al Galileo (Mc 14,44); su apresamiento (Mc 14,46); denunciando el Galileo la violencia empleada en contra suya (Mc 14,49); el prendimiento del joven de la sábana (Mc 14,51).

    Para ellos, estaba trastornado

Pero a pesar de la dura agresividad que supone la acción de este verbo, lo que llama la atención es la razón que induce a su madre y a sus hermanos a llevar a cabo esa operación contra él:

“pues decían que había perdido el juicio”.

¿Qué les llevó a tal conclusión? ¿Cómo pensar semejante cosa de él? ¿No aceptó de buen grado María el recado del mensajero Gabriel? ¿No proclamó su alegría reconociendo que su hijo era el de Dios, el definitivo liberador tan anhelado por todos? ¿Cómo pudo pensar que había perdido el juicio un personaje nacido por intervención divina?

¿Experiencias olvidadas?

¡Si su prima Isabel y hasta la criatura que estaba gestando reconocieron el rango divino de su embarazo!:

“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Y ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Y dichosa tú por haber creído que llegará a cumplirse lo que te han dicho de parte del Señor!” (Lc 1,42-45).

El texto de Lucas reconoce que llevaba muy dentro el mensaje celestial recibido por unos desconocidos pastores acerca del niño (Lc 2,16-17):

“María, por su parte, conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su interior” (Lc 2, 19).

¿Cómo olvidar a aquel hombre de Jerusalén, Simeón, cuando cogió al niño en brazos y pronunció palabras de liberación universal?:

“Ahora, mi Dueño, según tu promesa,

puedes dejar a tu siervo irse en paz,

porque mis ojos han visto la salvación

que has puesto a disposición de todos los pueblos:

Una luz que es revelación para las naciones

y gloria para tu pueblo, Israel” (Lc 2,29-32).

Y ¿cómo no recordar la visita de unos sabios venidos expresamente de Oriente para rendir homenaje al niño y ofrecerle sus regalos? (Mt 2,1-12).

Si el mismo Herodes sintió miedo de perder su poder por el nacimiento de su hijo y, con tal de acabar con él, organizó hasta una matanza de críos (Mt 2,16-18). Y, debido a esa inhumana escabechina, ella y José tuvieron que huir nada menos que a Egipto para salvarle la vida al niño (Mt 2,13-15).

¿Cómo pudo echar en el olvido tantas experiencias? ¿Qué hecho tan escandaloso pudo llevar a cabo el Galileo para que María llegara a pensar que su hijo había perdido la chaveta? Algo muy escandaloso tuvo que ocurrírsele. ¡Y debió llevarlo a cabo! Pero, ¿qué?

Recorte y rebaje

Como era de esperar, Mateo y Lucas suprimieron de su texto el apunte de Marcos: “Al enterarse los suyos se pusieron en camino para echarle mano, pues decían que había perdido el juicio” (Mc 3,21).

No lo omitieron porque dudaran de su historicidad, sino porque contradecía sus relatos de la infancia. Soslayaron, por tanto, la otra opción a su alcance: Escaquearse y evitar escribir esas imaginadas narraciones sobre un nacimiento virginal y divino.

Respecto a la segunda parte de Marcos, en la que este refleja la actitud autoritaria y mandona de la madre y los hermanos del Galileo:

“quedándose fuera, lo mandaron llamar”,

Mateo suaviza tan desabridos modales y añade una pizca de afecto:

“se presentaron fuera, tratando de hablar con él” (Mt 12,46).

Lucas, lija en mano, afina toda la acción y presenta al grupo de familiares en su intento por entrar adonde él enseñaba. Pretende convencer que se esfuerzan para aproximarse a él. El evangelista justifica la inviabilidad del movimiento debido al muro de una multitud imposible de superar:

“Se presentó allí su madre con sus hermanos, pero no lograban llegar hasta él por causa de la multitud” (Lc 8,19).

La locura del Galileo

Más allá del cepillado, los retoques y alisados de Mateo y Lucas se impone retomar la pregunta que aflora desde los hechos: ¿Qué actuación del Galileo dio origen a que su madre y hermanos consideraran que estaba fuera de sus cabales e iniciaran ese movimiento para aprehenderle?

La respuesta la encontramos en el relato que precede a la acción coercitiva de los familiares: La constitución formal de una sociedad alternativa: LOS DOCE (Mc 3,13-19).

Los familiares sabían del carácter y los arranques del Galileo. Además de no haberse casado, de salir arrebatadamente de la aldea atraído por el mensaje del Bautista, de organizar una pandilla de individuos con mala pinta, de juntarse y comer con gente de mala fama y acoger entre los suyos a mujeres de la calle, se ha atrevido a desafiar a los responsables de la nación, a los líderes religiosos y hasta a las divinas promesas del AT. Los Doce significaban un ataque sin antecedentes al orden establecido. Representaban la ruptura con la institución y el poder. Su madre y hermanos, como es natural, consideraron que la cordura consistía en estar de parte del sistema político-religioso. El Galileo, por el contrario, incluso descartó por inútil la vía reformista. Había situado su proyecto al margen de ese marco: ¡UNA LOCURA!

María y los hermanos del Galileo estuvieron en desacuerdo con su dislocada actuación. Ninguno de ellos se adhirió a su proyecto. Nunca en los evangelios aparecen con él.

Familia y gerifaltes coinciden

Tras correr las noticias del disparate efectuado por el Galileo, sus familiares más cercanos no tuvieron más remedio que coincidir con reconocidos e ilustres personajes salidos de la capital. Tipos de cuidado que no se andaban con miramientos. Marcos los menciona a continuación del movimiento de los suyos para recogerlo y devolverlo a la cordura. No van de tapadillo. Buscan, como siempre, influir en la opinión pública. Y lanzan al aire sus juicios sobre la enajenación del Galileo. Son sentencias que sirven de consignas para la gente:

“Los letrados que habían bajado de Jerusalén iban diciendo: – Tiene dentro a Belcebú.

Y También: – Expulsa a los demonios con poder del jefe de los demonios” (Mc 3,22).

Intentona fallida

Los datos que nos aportan los textos indican que los familiares del Galileo no consiguieron sus propósitos. Su lanzado desplazamiento con el objetivo de reintegrarlo al orden establecido quedó, pues, en una simple intentona. El Galileo sabía lo que hacía. No iba de farol. Se mantuvo firme en sus convicciones, rechazó acompañar a su madre y hermanos y declaró cuál era su auténtica familia (Mc 3,33-35). María ya no aparecerá más de forma real en los evangelios. Aunque esa ausencia abrirá nuevos interrogantes y suscitará ciertas dudas a considerar.

El Galileo se deja ver

Algunas de esas preguntas e incertidumbres están relacionadas con otras apariciones. Las del Galileo una vez ajusticiado. Las narraciones que las cuentan destacan por sus notables diferencias. Salvo detalles muy específicos (el sepulcro vacío y las mujeres), no hay concordancia entre los evangelistas.

En Marcos nada se dice sobre apariciones del resucitado. Unas mujeres buscan un cadáver. Llevan aromas. Quieren embalsamarlo. Reconocen que no podrán quitar la losa que da acceso al sepulcro. No será necesario que nadie lo haga. El lugar de la muerte está abierto. ¡Y vacío! Un joven con vestiduras blancas les anuncia que el Galileo está vivo. Deben informar a Pedro y a los discípulos. Él les verá en Galilea. Las mujeres se espantan. Callarán. Tienen miedo. Ahí termina Marcos. El apéndice posterior (Mc 16,9-20) no pertenece al texto original. Se escribió mucho más tarde a base de mezclar datos extraídos de los textos de Mateo, Lucas y Juan. Con tal revoltijo pretendieron arreglar el duro y cortante final del primer evangelio escrito.

En Mateo aparece un mensajero celestial: “el ángel del Señor”. Sin nombre específico, se trata del mismo emisario que visitó a María a comienzos del evangelio. Él corre la losa del sepulcro. Se dirige a las mujeres. Les pide que no tengan miedo. Y les señala el lugar vacío. No hay cadáver. Anuncia que está vivo. Va delante hacia Galilea. Deben informar a los discípulos. El miedo de las mujeres se transforma en alegría. Por el camino se les aparece el Galileo. Más tarde pone fin a sus apariciones presentándose ante los Once.

Lucas amplia los hechos. No habla del mensajero. Serán dos hombres quienes anuncian a las mujeres que el sepulcro está vacío. Por propia iniciativa, las mujeres informarán a los Once y al resto de discípulos. El Galileo se aparecerá a dos de ellos que iban de camino. Luego al grupo.

En Juan, solo María Magdalena acude al sepulcro. Está abierto. Avisa a Pedro y al discípulo predilecto (personaje figurado). Ellos confirman el hecho. El Galileo se aparece primero a María Magdalena. Conversa con ella. Los discípulos se muestran temerosos. El Galileo se les aparece. Uno de ellos, Tomás, está ausente. No reconoce la experiencia de los otros. El Galileo se le aparecerá también. Por último se dejará ver por siete de ellos, con los que llegará incluso a comer.

Nada de apariciones a María

Pero, ¿y María? De aparecerse a María, nada de nada. Se ha aparecido a tantos… Y, ¿por qué no se dejó ver por su madre? Ni ella ni sus hermanos formaban parte del grupo de discípulos. Ellos no le siguieron. Incluso llegaron a pensar que se le había ido la cabeza. Pero, al fin y al cabo, ella era su madre. Se merecía un encuentro por corto que hubiera sido. Le habría devuelto la alegría. Y la memoria. ¡Y tantos recuerdos de infancia! Incluso la posibilidad de arrepentirse por haber pensado mal de él. No aparecérsele la dejaba en mal lugar. ¿Qué pensarían los discípulos de esta exclusión? ¿Y los vecinos de Nazaret? ¡Qué humillación tan grande!

Que nadie se entere

Del asunto de no dejarse ver por su madre, María, no se habla. Ni siquiera en estos tiempos se habla. El gran público lo desconoce. Mejor, callar. El silencio sostiene creencias extendidas, aparentemente esenciales y muy útiles. A falta de explicaciones, reina el mutismo. La ocultación resulta un excelente instrumento para mantener la ignorancia. Aunque la ausencia de lógica exige aclaraciones.

Experiencias de Vida

La teología, como el poder político, acostumbra a explicar lo inexplicable. Puede ofrecer enrevesados razonamientos para justificar que María no necesitaba que se le apareciese su hijo. Aunque no hace falta ningún discurso con esa orientación. La realidad es que no hubo ninguna aparición.

Lo que el primer evangelio escrito, Marcos, apuntó fue que el lugar de la muerte no dio cabida al Galileo. La muerte no es lo definitivo. La vida, la mostrada con su proyecto, sí lo es. La pesada losa que marca la separación entre vida y muerte está quitada. El sepulcro está vacío. Buscarlo ahí resulta inútil. Ese no es su sitio. Ya lo advirtió con Lázaro. La tumba no era lugar para su amigo. Quienes dieron continuidad a su proyecto desde el principio (Galilea) y sintieron el pálpito de esa vida obtuvieron, tras la muerte del Galileo, la experiencia de sentir su refrendo. La vida definitiva permite ese feliz y entrañable encuentro. Una vida imposible de detener. Años más tarde, Mateo, Lucas y Juan, escenificaron esas experiencias.

Otras apariciones

Antes de los escritos de Mateo, Lucas y Juan sobre apariciones del Galileo, en I Cor 15,5-8 se lee:

“Lo que os transmití fue, ante todo, lo que yo había recibido:…

que se apareció a Pedro y más tarde a los Doce.

Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez: la mayor parte viven todavía, aunque algunos han muerto.

Después se le apareció a Santiago, luego a los apóstoles todos.

Por último se me apareció también a mí, como al nacido a destiempo”.

¡Ni a María ni a las mujeres!

Esta carta de Pablo, escrita en el 55 o 56, recoge una tradición anterior a esa fecha. Y también deja a María al margen de los beneficiados por las apariciones. Y, por si fuera poco, ¡también excluye a las mujeres!

Pablo no aporta ningún dato en relación a la procedencia de la tradición recibida por él. Desde luego, nada tiene que ver con el texto de Marcos, escrito hacia el año 41 (ver en Atrio: Una fecha para Marcos). Y tampoco coincide con los otros tres documentos evangélicos que vieron la luz años más tarde. El dato más sorpresivo es que la tradición de Pablo omite a las principales protagonistas de las apariciones: Las mujeres. Los cuatro evangelios, en cambio, las sitúan en primer plano. En la tradición usada por Pablo no queda ni rastro de ellas. Una de esas mujeres, María Magdalena, es la única identificada en todas las ocasiones. En Pablo, no. ¿Cuál es la razón? ¿Qué se pretendía evitar? ¿Y qué, destacar? ¿A quién se quería distinguir? ¿Por qué ignoraron esta tradición los textos más tardíos de Mateo, Lucas y Juan? ¿De dónde salió esa tradición?

 “Lo que os transmití fue, ante todo, lo que yo había recibido:…

…que se apareció a Pedro y más tarde a los Doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez: la mayor parte viven todavía, aunque algunos han muerto. Después se le apareció a Santiago, luego a los apóstoles todos. Por último se me apareció también a mí, como al nacido a destiempo”. (I Cor 15,5-8)

Tradición de selectos

En la relación de personajes presentada por Pablo destacan rasgos susceptibles de ser interpretados como originarios de una incipiente institución. La supresión de las mujeres se debe tal vez al intento de restarles protagonismo y, al tiempo, excluirlas de zonas de influencia. El resto de mencionados parecen escalonados en orden al reconocimiento de su autoridad.

Pablo, modestamente último

Pablo se introduce entre los destinatarios de las apariciones del Galileo. Se nombra, con educación, en último lugar. Pero lo hace en un aparte. Con una descripción adornada de confidencias que destacan por su exagerada humildad:

“Por último se me apareció también a mí, como al nacido a destiempo. Es que yo soy el menor de los apóstoles; yo, que no merezco el nombre de apóstol, porque perseguí a la Iglesia”. (I Cor 15,8-9).

Y no deja de echarse flores envueltas en una modestia algo indigesta:

“Sin embargo, por favor de Dios soy lo que soy y ese favor suyo no ha sido en balde; al contrario: he rendido más que todos ellos, no yo, es verdad, sino el favor de Dios que me acompaña” (I Cor 15,10).

Pedro, delante.

El primer lugar de la lista lo ocupa Pedro. Pablo lo coloca en esa posición por su reconocida autoridad. Utiliza para nombrarle su sobrenombre escrito siguiendo la pronunciación en arameo Cefas (Kēfā), el que le puso el Galileo; según Juan, nada más conocerle:

“Tú eres Simón, el hijo de Juan; a ti te llamarán Cefas (que significa ‘Piedra’)” (Jn 1,42).

Sin embargo, ¡en ninguno de los evangelios se afirma que el Galileo se apareció a Pedro de forma individual! ¡Ni en primer, ni en cualquier otro lugar! Resulta evidente que la tradición a la que Pablo alude ideó ese hecho. Y, desde luego, ese pensamiento no salió del mismo Pedro. Este, fuente principal de Marcos, tuvo la sinceridad por emblema. Le aportó al evangelista la información de lo sucedido con total veracidad. Lo hizo sin ensalzarse, antes bien, mostrando sin recato todas sus miserias. Marcos escribió siguiendo idéntica pauta. De ahí que el amigo cabeza dura saliera tan mal parado en ese evangelio.

Después, los Doce

Para Pablo, el Galileo se apareció a continuación a los Doce. Predomina el simbolismo del ‘Doce’ (‘Doce’ equivale a pueblo en la mentalidad judía). Sin embargo la realidad hablaba de Once. Judas se había auto-descartado. Los textos de Mateo y Lucas hablan de los Once al referirse a la aparición al grupo de los discípulos representantes del proyecto del Galileo (Mt 28,16; Lc 24,33). Incluso en el añadido al evangelio de Marcos se usa ese número: ‘Once’ (Mc 16,14). La tradición recogida por Pablo muestra, no obstante, su carácter oficial y su anclaje en la ideología judía al escribir: ‘Doce’.

Aparición a quinientos

También esa tradición se distancia de Mateo, Lucas y Juan al mencionar una aparición del Galileo que los evangelios no citan: “a quinientos hermanos a la vez”. Al margen de otras consideraciones respecto al simbolismo del número quinientos, esta referencia parece querer subrayar la extensión y veracidad de los testimonios de quienes vivieron tal experiencia. De ahí que detalle: “la mayor parte viven todavía, aunque algunos han muerto”.

¿Y quiénes son estos?

El siguiente registro de Pablo emerge por encima de los dos anteriores. Los personajes citados en este apunte sorprenden. Resultan para nosotros tan inesperados como extraños:

“Después se le apareció a Santiago, luego a los apóstoles todos” (v. 7),

¿Quién es Santiago? ¿Y quiénes, esos nuevos apóstoles? A los Doce ya los ha citado con anterioridad En los evangelios no hay ni rastro de estos desconocidos personajes. En cambio, los destinatarios de la carta debían conocerlos sobradamente. Porque Pablo comienza diciendo que lo que escribe ahora repite lo que les habló en su día. Y a ese mensaje llega a llamarle: evangelio:

“Os recuerdo ahora, hermanos, el evangelio que os prediqué…” (v.1).

Pistas en el original

El texto original nos abre algún camino a seguir. El verbo griego traducido por: “se apareció” o “se dejó ver” se usa en cuatro ocasiones y en el mismo tiempo verbal. Se encuentra unido a Cefas, los Quinientos, Santiago y Pablo como destinatarios de la acción de “aparecerse”. Los otros dos receptores, “los Doce” y “los apóstoles todos” están redactados sin verbo y asociados: el primero a Cefas y el segundo a Santiago mediante el mismo adverbio temporal con significación: “después”, “luego”, “a continuación”, “más tarde”. Dos grupos de similares características:

Pedro y los Doce;

Santiago y los apóstoles todos están descritos con idéntica estructura gramatical e iguales nexos de unión. La tradición de Pablo descubre dos colectivos que actúan como dos referentes en paralelo.

La expresión “Santiago y los apóstoles todos”, fórmula incluida en el evangelio anunciado por Pablo a Los Corintios, señala a un conjunto especialmente significado de responsables, cuya autoridad –según Pablo- debía ser reconocida más allá de la jurisdicción en la que actuaban. Este colectivo representa un primer indicio por el que asoma el origen de la tradición a la que alude Pablo. El hecho de que dicha tradición haya omitido a las mujeres como principales testigos orienta hacia algún organismo afín a la mentalidad y la ley judía que no admitía como válido el testimonio de las mujeres.

Santiago, descubierto

El primer paso para aclararlo reclama identificar al tal Santiago. Porque en consonancia con el paralelismo que guarda este grupo con el de ‘Pedro y los Doce’, Santiago figura como personaje principal encabezando al resto de nombrados. Si resulta obvio que no se habla aquí de uno de los hijos de Zebedeo, decapitado en el año 44, ¿quién es este Santiago? ¿Y quiénes, los otros responsables asociados a él y denominados con el nombre de apóstoles?

La carta a los Gálatas, escrita en torno al año 57, aporta un dato importante. Se trata de uno de los hermanos del Galileo:

“Después, tres años más tarde, subí a Jerusalén para conocer a Pedro y me quedé quince días con él. No vi a ningún otro apóstol, excepto a Santiago, el hermano del Señor” (Gál 1,19).

De hermano malpensado a apóstol de primera

Pablo llama ‘apóstol’ a un hermano del Galileo, uno de los del conjunto de familiares que viajaron para prenderle convencidos de que había perdido el juicio. Es más, Pablo afirma que, junto a Pedro y Juan, Santiago está reconocido como columna del colectivo de seguidores. E incluso, al mencionar a los tres, le concede el lugar preeminente:

“…Santiago, Pedro y Juan, los respetados como pilares, nos dieron la mano a mí y a Bernabé en señal de solidaridad…” (Gál 2,9).

Dirigente y responsables

Por lo que parece, Santiago goza de prestigio e influencia. En su círculo más próximo aparecen también una serie de personajes de cierto rango:

“Al día siguiente, Pablo, con nosotros, entró en casa de Santiago donde estaban también todos los responsables” (Hech 21,18).

Los datos brindados por Pablo dan a entender que este hermano del Galileo, Santiago, ocupaba una posición de alto rango. En una mirada superficial, resulta congruente que, a tal condición, le correspondiese una aparición directa y personal del resucitado. Aunque esa supuesta coherencia suscita extrañeza. ¡Los evangelistas ignoraron tan específica y singular aparición!

Un personaje rodeado de interrogantes

La presencia de Santiago genera algunos interrogantes: ¿Cómo pudo convertirse tras la ejecución de su hermano en uno de los pilares de su proyecto si antes lo tuvo por perturbado? ¿No confirmaba la crucifixión del Galileo que tenía razón y no se equivocaba en su juicio respecto a él? ¿Por qué, entonces, se le ocurrió después adherirse a su locura? ¿No tendría otros ocultos intereses? Y ¿qué papel jugó en el arranque del proyecto una vez ejecutado su hermano.

Rumiando qué hacer

Al comienzo del libro de los Hechos, Lucas aporta otros detalles para confirmar esta situación. El Galileo se aparece a los discípulos y permanece con ellos una totalidad concreta (cuarenta días) de tiempo, la duración que necesitan para madurar en sus convicciones y comenzar su andadura. En eso andaban sus cabezas sembradas de dudas. Lucas lo explica diciendo que el Galileo les habló de su proyecto:

“…dejándose ver de ellos durante cuarenta días, les habló acerca del reino de Dios” (Hech 1,3).

Una manera de decir que pasaron una cuarentena devanándose los sesos; recapacitando qué hacer respecto al proyecto del Galileo.

Y ellos, erre que erre

Pero el grupo de seguidores no solo seguía a distancia del proyecto, estaba situado en el polo opuesto. La propuesta del Galileo marcaba una ruta a seguir. El colectivo de discípulos deambulaba indeciso por la otra orilla. Dos itinerarios muy separados entre sí. El proyecto exige una praxis social. El grupo apuesta por la pasividad. Guarecido bajo la bóveda religiosa, se plantan al acecho de una intervención divina y una nueva aparición excelsa del ejecutado. Siguen pensando en sus posibles posiciones de poder. Ellos miran hacia arriba. El proyecto, atento al suelo, requiere hacer camino. Están acomodados en la inmovilidad religiosa:

“Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? (Hech 1,11)

A pesar del mucho esfuerzo realizado por el Galileo animándoles a tomar la iniciativa y abrirse paso con una manera de hacer acorde a su enseñanza, ellos no salían del sueño nacionalista y aguardaban todavía el momento portentoso en el que Israel conseguiría la hegemonía política:

“Señor, ¿es en esta ocasión cuando vas a restaurar el reino para Israel?” (Hech 1,6).

Después de tanto tiempo con él, no se habían enterado. Lucas amplía con detalles el posicionamiento del colectivo. Los términos que utiliza desbordan expresividad:

“Entonces regresaron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que está cercano a Jerusalén, a la distancia que se permite caminar un día de sábado. Cuando entraron, subieron a la sala de arriba donde se alojaban; eran: Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo, Simón el Fanático y Judas el de Santiago. Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, con las mujeres” (Hech 1,12-14a).

No se sitúan como el Galileo fuera de la ciudad (“el monte de los Olivos”), sino en la misma sede político-religiosa (“Jerusalén”) donde dictaron sentencia de muerte contra él. No se han liberado. Continúan encadenados a las estrictas normas judías (“sábado”). Se han establecido en el lugar fijando allí su actitud de espera (“la sala de arriba”). Hasta se ha trastocado la lista de los Doce. No se nombra por parejas de hermanos, sino por orden de autoridad. Prevalece el rango; no, la hermandad (“Pedro y Juan, Santiago y Andrés…”). No se han adherido al proyecto del Galileo, están aferrados a la religión y sus formulismos cultuales (“la oración”).

Las mujeres aparecen al final de esta presentación de Lucas. La recensión denominada ‘occidental’ (Hechos se puede leer en dos recensiones, cosa que no ocurre con ningún otro libro del NT) afirma que ellas son las mujeres de los Once acompañadas de sus hijos.

¡Otra vez María y los hermanos!

El conjunto de seguidores se muestra estático. Unido a ellos, se nombra sorpresivamente a otro pequeño grupo nunca antes asociado a los discípulos y tampoco mencionado más tarde como tal colectivo. Una nueva aparición de la familia del Galileo:

“…además de María, la madre de Jesús, y sus hermanos” (Hech 1,14b)

Por Mc 6,3 y su paralelo Mt 13,55 conocemos los nombres de los cuatro hermanos: Santiago, José, Judas y Simón. La reaparición de los allegados causa sorpresa. A excepción de Santiago, de ese colectivo no quedará ni rastro en el libro de los Hechos. Se habló por primera vez de ellos por su intento de reconducir al Galileo al ordenamiento legal y religioso. En esta ocasión, confirman mantener su pronunciamiento en favor del orden establecido. Pero, ¿qué objetivo persiguen ahora? Si nunca se presentaron unidos al conjunto de seguidores, ¿qué propósito les ha movido a hacerlo cuando está ausente el Galileo? ¿Por qué se sitúan en primera línea en el momento crucial en que los seguidores están a punto de tomar decisiones respecto al camino a seguir? ¿Qué papel desean asumir?

A primera hora y en primera fila

Los congregados imaginaban próxima la irrupción del ideal y definitivo Israel. Se imponía estar preparados para su llegada. El pueblo restaurado abría nuevas posibilidades de acceder a posiciones aventajadas. Disponer de un espacio de influencia requería acudir a primera hora y colocarse en primera fila. No estaba fuera de lógica pensar que la condición de familiares podía favorecer al grupo de allegados. Quizás se le reconocerían ciertas prerrogativas por esa circunstancia. Ellos lo saben. Todos lo saben. Pedro es el primero en ser consciente de ello. De ahí que, en un contexto de predisposición unánime al reconocimiento de un nuevo Israel, Pedro tome la palabra:

“Uno de aquellos días Pedro se puso en pie en medio de los hermanos (había una multitud como de ciento veinte personas -múltiplo de 12 = Pueblo numeroso- reunidas con el mismo propósito) y dijo:” (Hech 1,15).

Pedro los descarta

Buscaban sustituir al traidor Judas para restaurar también el grupo de los Doce. A ellos les competía la máxima responsabilidad del nuevo Israel. Pedro trenzó una jugada redonda:

“Por tanto, uno de los hombres que nos acompañaron todo el tiempo mientras vivía con nosotros el Señor Jesús, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que se lo llevaron a lo alto separándolo de nosotros, uno de esos tiene que ser con nosotros testigo de su resurrección” (Hech 1,21-22).

De un plumazo, descartó a los hermanos del Galileo. Los límites marcados por Pedro les excluían. El duro de mollera anduvo listo y amplió los márgenes al máximo. Desde la primera linde, la del Bautista, hasta el tope último: cuando lo perdieron de vista. ¿Por qué? Posiblemente no se fiaba de ninguno de ellos. Nunca habían acompañado al Galileo.

La elección recayó en un tal Matías, del que nunca más se habla en el NT. Sin embargo, pese a haber sido descartado por Pedro, Santiago aparece en la tradición recogida por Pablo como personaje influyente. ¿Qué otra u otras circunstancias propiciaron que conquistara esa condición de tan alto reconocimiento?

Atados y desunidos

El colectivo instalado en Jerusalén no acababa de soltar amarras. Mantenían los nudos atados bien firmes a la ideología y la religiosidad judía. Las rigideces de los miembros propensos a mantener este formato institucional generaron las primeras grietas. Los integrantes inmigrados de lengua griega no tardaron en sufrir el menosprecio. Los más vulnerables se llevaban la peor parte:

“Por aquellos mismos días, al crecer el número de los discípulos, se produjo una protesta de los de lengua griega contra los de lengua hebrea, a saber, que en el servicio asistencial de cada día desatendían a sus viudas” (Hech 6,1).

El desprecio a los más insignificantes mostraba la latente y profunda división interna, signo evidente de la absoluta contradicción entre las actuaciones del colectivo y el proyecto del Galileo.

La aparición del proyecto

Fueron los inmigrados helenistas que se alejaron de las fronteras de Israel quienes rompieron todos los lazos con el sistema religioso e ideológico judío. La libertad cobró forma. Y al igual que hizo el Galileo, desecharon la reforma y optaron por la alternativa. Y presentaron el proyecto a los griegos:

“Pero hubo algunos de ellos, naturales de Chipre y de Cirene, quienes, al llegar a Antioquía, se pusieron a hablarles también a los griegos, dándoles la buena noticia del Señor Jesús” (Hech 11,20).

Aquí se habla otro lenguaje. Aparece la expresión: Buena Noticia o Evangelio. ¡Asociada al nombre de: Jesús! La alusión a Marcos es inconfundible. Responde al título de su obra:

“Comienzo de la Buena Noticia de Jesús…” (Mc 1,1).

El primer evangelio escrito, el de Marcos, había dado el primer fruto. Este hecho, además, -cuenta Lucas- estaba avalado por la más alta instancia. Señal inequívoca de que seguían con fidelidad el Proyecto. Ese era el camino:

“Como la fuerza del Señor los sostenía…” (Hech 11,21).

La comunidad de Antioquía fue pionera en poner en marcha el proyecto. La manera de identificar y dar nombre a sus integrantes confirmaba que se habían desvinculado por fin de la influencia religiosa judía:

“…y fue en Antioquía donde por primera vez los discípulos fueron llamados ‘cristianos’” (Hech 11,26b).

Pedro se libera

El discípulo más testarudo, destacado por su vehemencia, negado una y otra vez a aceptar la propuesta del Galileo e incondicional de las promesas del AT sobre la supremacía política de Israel, logró desligarse al fin de sus ataduras, abandonó de una vez por todas su apego al ideario religioso y nacionalista y se entregó de lleno al proyecto:

“Ahora sé realmente que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo judío” (Hech 12,11).

Una vez libre, no acude a la comunidad oficial de Jerusalén. Se encaminó a otra. Resulta desconocida para los lectores. Se ubica en una casa también ignorada. El domicilio no se significa por ningún personaje influyente. Tampoco la lidera alguno de los apóstoles. Ni siquiera se habla de responsables. Tiene como referente a una persona anónima. ¡UNA MUJER! Se llama María. Es otra María. Se la reconoce por ser la madre de Marcos:

“Una vez que cayó en la cuenta fue a la casa de María, la madre de Juan, el llamado Marcos” (Hech 12,12).

Los interrogantes surgen solos: ¿Por qué no acudió Pedro a la comunidad de referencia? ¿No era ese su sitio? ¿Acaso renunciaba a ser la cabeza de los Doce? ¿Dónde se hallan los otros Once? ¿En qué situación queda el centro de operaciones? ¿No lo debilitaba con su ausencia? ¿Quién ocupa entonces la posición que le corresponde a él?

Nueva aparición de Santiago

Después de dirigirse y relatar su experiencia a la comunidad conocida por el nombre de María, la madre de Marcos, Pedro evitó acudir a la sede central de Jerusalén. Se limitó a mandar recado respecto a la decisión que había tomado. Entre aquellos que deben recibir la noticia destaca un personaje. Se trata de Santiago, el hermano del Galileo:

“Informad de esto a Santiago y a los hermanos” (Hech 12,17b).

La indicación de Pedro revela que Santiago ha conseguido convertirse en líder del colectivo oficial instalado en la capital. No hay datos que aclaren su irresistible ascensión. Sin embargo, en un colectivo de inflexible querencia judaizante solo resultaba posible escalar posiciones a base de abanderar con empecinado ardor el ideario religioso judío. A empujones. Desplazando a cualquiera que pudiera representar un obstáculo. Pedro, el más temible rival, había recibido algún que otro codazo por su incumplimiento de las leyes de pureza. En esa apretada órbita, evidenciaba un comportamiento libertino acreedor de una justa censura:

“Cuando Pedro subió a la ciudad de Jerusalén, los partidarios de la circuncisión le reprochaban:
Has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos” (Hech 11,2-3).

Los de la comunidad oficial aceptan que los moradores de esas casas sean incircuncisos. Hasta ahí llegan. Pero les discriminan por  impuros. Un criterio antagónico a la unión y la igualdad que el Galileo reclamó a los suyos. Nada que ver con el sentido universal de su proyecto, al que conciben como un esqueje religioso enraizado en las normas sagradas del AT. Pedro no se entretuvo en intentar convencerles. Sabía que resultaba imposible. Para qué perder el tiempo.

Parece lógico que, tras enviar la misiva a Santiago, optara por marcar distancias con la comunidad oficial. Y se alejó sin más del marco institucional. El texto anuncia escuetamente su salida y señala como destino un espacio indeterminado como corresponde al horizonte global humano al que se dirige el proyecto:

“A continuación salió y se marchó a otro lugar” (Hech 12,17b).

No volvió al núcleo institucional hasta que se vio obligado a defender lo más genuino del proyecto de sociedad alternativa.

La religión busca imponerse

Algunos integrantes de la comunidad oficial han acudido a la de Antioquia, la iniciadora del proyecto.  Tratan de imponer su ideario obligando a implantar allí las reglas de la religiosidad tradicional:

“Unos que habían bajado de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos:
Si no os circuncidáis conforme a la tradición de Moisés, no podéis salvaros” (Hech 15,1).

Pero la libertad destacó por su aguante. No consiguieron doblegar a quienes la habían experimentado. Sí lograron, sin embargo,  armar una buena bronca. Pablo y Bernabé se opusieron a las medidas que pretendían aplicar. Los llegados de Judea, mostrando la autoridad de que venían revestidos, decidieron entonces ir a solventar el tema a la sede central. Allí se sentían seguros. Para ello, determinaron que viajasen a Jerusalén Pablo, Bernabé y algunos integrantes de la comunidad de Antioquia:

“Se produjo un altercado y una seria discusión con Pablo y Bernabé, y determinaron que Pablo y Bernabé con algunos más de ellos, subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y responsables sobre aquella cuestión” (Hech 15,2).

Al llegar, tras los saludos, dar a conocer las novedades y recibir una buena acogida, los creyentes más afines a la ley religiosa fueron directos al grano y sentenciaron:

“Hay que circuncidarlos y mandarlos que observen la Ley de Moisés” (Hech 15,5b).

Y ahí comienza la famosa asamblea de Jerusalén:

“Se reunieron entonces los apóstoles y los responsables para examinar el asunto” (Hech 15,6).

Intervención de Pedro

La asamblea se presentía borrascosa por tocar un tema tan espinoso. Pedro se personó allí. No era para menos. Se trataba de una cuestión esencial.  El texto apunta que en la comunidad oficial se armó la marimorena. La discusión fue a más. El ambiente alcanzó tal punto de acaloramiento…

“Como la discusión se caldeaba…”,

…que Pedro tomó cartas en el asunto y salió a la palestra para defender la autonomía del proyecto y su independencia respecto al ideario religioso:

“¿Por qué, entonces, provocáis a Dios ahora imponiendo a esos discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos tenido fuerzas para soportar? No, nosotros creemos que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús, de la misma manera que ellos” (Hech 15,10-11).

Pedro llama ‘yugo’ a las reglas religiosas. E indica con talento que los judíos se pueden sentir liberados al igual que los paganos. Sutilmente, presentó la libertad de los paganos como modelo a imitar por los judíos.

Reaparece Santiago

Pedro había salido de la comunidad oficial. Podía opinar. Su libertad le concedía ventaja. Pero, a pesar de su reconocida autoridad, no tenía la última palabra y no le correspondía decidir sobre la disyuntiva. Antes de que la asamblea alcanzara alguna conclusión, se esperaba el criterio de quien entonces la presidía. Y apareció de nuevo Santiago. Ni corto ni perezoso, tomó la palabra con un discurso que revelaba su posición. No desentonó lo más mínimo con las ideas que tenía cuando fueron en familia a echarle mano al Galileo. Eso sí, a diferencia de Pedro, eludió referirse a él.

Empezó por llamar a Pedro por su antiguo nombre. Esquivó nombrarlo con el apodo que le puso su hermano y por el que era conocido por todos. Usó, por lo tanto, una forma más cercana al hebreo: Simeón. Recordaba así sus raíces y su fidelidad al mesianismo proveniente del AT. Acto seguido retorció y deformó por completo lo expresado por Pedro. Y, sin ruborizarse, se atrevió a poner en su boca una afirmación que él no había hecho: que Dios había elegido un pueblo para sí entre los paganos. Una idea claramente perteneciente al ideario religioso judío. Y contraria a lo manifestado por Pedro. ¡Un caso, el tal Santiago!

“Cuando ellos se callaron, replicó Santiago:
Hermanos escuchadme: Simeón ha relatado como Dios por vez primera se ha dignado escoger de entre los paganos, un pueblo para él” (Hech 15,13-14).

No contento con su capciosa entrada, buscó defender la falsedad expresada en ella citando a conveniencia un texto de Amós, de acentuado tinte nacionalista:

“Concuerdan con esto los dichos de los Profetas, como está escrito:
‘Después de esto volveré
Para reconstruir la tienda caída de David;
Reconstruiré sus ruinas
Y la pondré en pie
Para que el resto de los hombres busque al Señor,
Con todas las naciones que ya llevan mi nombre’  “(Am 9,11-12).

Por decreto-ley

Y para empatarla, tal vez creyéndose investido de un poder especial por ser hermano de quien era, resolvió de un tajo lanzando un dictamen de política barata:

“Por tanto, he resuelto yo que no se debe molestar a los paganos que se convierten a Dios; basta escribirles que se abstengan de contaminarse con la idolatría, de contraer uniones ilegales, de comer animales estrangulados o sangre; porque desde las primeras generaciones Moisés ha tenido quien lo proclame en cada ciudad, cuando se lee cada sábado en la sinagoga” (Hech 15,19-21).

La resolución imponía a los integrantes de las comunidades griegas las mismas condiciones que los judíos exigían a los extranjeros residentes en Israel.

Por si no bastaba, la asamblea decidió por unanimidad enviar una carta a las comunidades paganas con los acuerdos adoptados. No hay por dónde cogerla. Terminaba de la siguiente guisa:

“Porque hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: abstenerse de carne sacrificada a los ídolos, de comer sangre o animales estrangulados, y de contraer uniones ilegales. Haréis bien en guardaros de todo eso. Salud”  (Hech 15,28-29).

Los caciques de la religión

En la comunidad oficial de Jerusalén presidida por Santiago no quedó ninguno de los Doce. Tampoco otros seguidores conocidos. Ni, desde luego, quienes habían demostrado la mayor fidelidad al proyecto: las mujeres. Es más que probable que la tradición recogida por Pablo naciera en ese entorno. Y poco importaba que Pablo hubiera sido transmisor de una tradición que encumbraba a la cúpula directiva de la comunidad de Jerusalén. Él mismo sufrió los embates de los responsables cuando llegó al mismo meollo de esa comunidad contando sus logros entre los paganos:

“Pablo, con nosotros, entró en casa de Santiago, donde estaban también todos los responsables. Los saludó y se puso a contarles punto por punto lo que Dios había hecho entre los paganos a través de su labor” (Hech 21,18-19).

Una vez expuesto su informe, la cúpula directiva reaccionó como de costumbre: Primero, sacando a flote su vena religiosa. A continuación, restándole éxito al trabajo de Pablo a base de mostrarle unos mayores frutos. Después, poniéndole los puntos sobre las íes. Y por último, declarando su impureza y ¡ordenándole ir a purificarse al templo!:

“Al oírlo, alababan a Dios, al tiempo que le decían:
Ya ves, hermano, cuántos millares y millares de creyentes hay entre los judíos, pero todos siguen siendo fervientes partidarios de la Ley. Por otra parte, han sido informados acerca de ti de que a todos los judíos que viven entre paganos les enseñas a renegar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos ni observen las tradiciones. ¿Qué hacemos pues?”

¡Al templo como penitencia!

La pregunta con que termina la intervención de los líderes destaca por su carácter recriminatorio. Se adivina su deseo de rebajar a Pablo. No hace falta mucha imaginación para suponer que él lo escuchó con la cabeza gacha.

Acorde con sus retorcidas intenciones, los mandamases, le aconsejan entre buenas maneras ir ¡a purificarse al templo! El consejito se las traía. Pablo tendrá que hocicar. Por si era poco, la purificación conllevaba un coste económico que afectaba a su bolsillo. Y como multa, también le tocaba apechugar con la tarifa sagrada correspondiente al religioso rapado de pelo de unos anónimos acompañantes:

“Por eso, sigue nuestro consejo: tenemos aquí cuatro hombres que se han comprometido a cumplir un voto; llévatelos contigo, purifícate con ellos y costéales tú el afeitado de cabeza; así sabrán todos que los informes acerca de ti no tienen fundamento, sino que también tú te comportas rectamente observando la Ley” (Hech 21,23-24).

La actitud de los responsables resulta aleccionadora para los lectores. En especial, para saber de qué pie cojeaba la comunidad oficial. Estaban situados en las entrañas de la religión. Con los oídos bien cerrados a la propuesta del Galileo. Respecto a él y su mensaje no dicen ni mu. Señal inequívoca de que andaban completamente desatinados.

Pablo explota y se libera

Pablo tuvo que entrar por el aro. Aguantó lo que no está en los escritos. Pasó lo suyo… Hasta que también se le hincharon las narices. Al final del libro de los Hechos, Lucas cuenta cómo explotó:

“Por tanto, enteraos bien de que esta salvación de Dios se ha destinado a los paganos; ellos sí escucharán” (Hech 28,28).

Los religiosos han hecho oídos sordos al proyecto. Lo escucharán los laicos. Aquí se acabaron los impedimentos para Pablo. Ha conseguido la libertad. Ya no hay cortapisas para que proclame la sociedad alternativa, el reinado de Dios:

“Permaneció allí dos años enteros a su propia costa, recibiendo a todos los que acudían a él, predicando el reinado de Dios y enseñando lo concerniente al Señor Jesús con toda valentía, sin impedimentos” (Hech 28,30-31).

Así termina el libro de los Hechos.

El proyecto destacó no por la implantación de nuevas reglas, sino porque las anulaba todas.

Hasta Pedro se achantó

El poder de Santiago se dimensionó hasta amedrentar al mismo Pedro. Cuenta Pablo en la carta a los Gálatas cómo Pedro, que departía y comía con gente laica, se comportó como un gallina nada más aparecer un piquete procedente de la comunidad religiosa de Jerusalén:

“Pero cuando Pedro fue a Antioquia tuve que encararme con él, porque se había hecho culpable. Antes que llegaran ciertos individuos de parte de Santiago, comía con los paganos; pero llegados aquellos empezó a retraerse y ponerse aparte, temiendo a los partidarios de la circuncisión” (Hech 21,11-12).

No solo Pedro se arrugó; con él también se acoquinó Bernabé y el resto de judíos. Según Pablo, la actitud acobardada de Pedro suponía un engaño. Se contraponía a la Buena Noticia. Y se lo dijo:

“Ahora que cuando yo vi que no andaban a derechas con la verdad del evangelio, le dije a Pedro delante de todos:
Si tú, siendo judío, estás viviendo como un pagano y en nada como un judío, ¿cómo intentas forzar a los paganos a las prácticas judías?” (Hech 21,14).

¿Religión…

El libro de Hechos presenta evidencias abrumadoras respecto a la barrera que representó la tradición en los primeros pasos de los discípulos. Sobran argumentos que demuestran la resistencia de la religión ante el empuje inicial del proyecto. La maniobra para neutralizar su fuerza arrolladora consistió en adueñarse de él. Y lo injertaron en la creencia tradicional con tal de tenerlo sujeto e impedir su evolución. Para que la operación triunfara resultaba imprescindible ocupar los principales focos del poder y contar con influencia suficiente para vencer cualquier intento de salir del redil y alcanzar autonomía respecto al poder central.

Adscribirse a la religión no comportaba grandes compromisos. Bastaba cumplir con los ritos, las reglas y el culto. Lo acostumbrado. Era suficiente con dejarse llevar por la corriente de la tradición. La religión resulta cómoda. Se reguarda en la interioridad individual. Crea en cada creyente reservas espirituales inmunizadas contra el pensamiento crítico. Bloquea, así, las dudas y los interrogantes capaces de sorprender con nuevos horizontes.

La religión acepta el sistema. Lo defiende. Lo reafirma y consolida. El sistema lo agradece. La protege. La alimenta. Se comportan como perfectos aliados. Religión y orden establecido fomentan el individualismo. Las vías asociativas, salvo las económicas, son peligrosas para ambos. La religión promociona la espiritualidad, la mística, la contemplación, el hablar de Dios. Da prioridad a lo volátil y se despega del suelo. Pero es sobre el terreno donde se cuece la historia y se enquistan los problemas. En las bajuras arraigan las injusticias, la miseria, el hambre, la desesperanza… La religión se camufla. Finge no verlo. No arriesga su posición acomodada. Como el mundo vegetal, elige plantarse. Crece, se presenta con apariencia frondosa, pero teme la andadura. Carece de proyecto. Lo confía al más allá. El más acá queda reducido a la “cueva de bandidos”.

La comunidad oficial presidida por Santiago lucía al de Nazaret en su pancarta de cabecera, pero como reclamo. Con ese señuelo perseguía captar fieles seguidores de la Ley y ocupar espacios de poder ante la llegada del Reino de Dios. Contaba con casi todas las bazas para ganar cualquier pulso. Y se instaló como un muro de apariencia infranqueable. No llegó a percibir que la propuesta del Galileo había cuarteado ya sin remedio… todos los muros.

 … o Proyecto?

El credo religioso no aceptaba que el reinado de Dios hubiera llegado ya. Y mucho menos, como lo había planteado el Galileo. Él no lo esperó. Pensó en la inutilidad de la espera. El pueblo había aguantado ya años y más años… ¡Siglos! Y sin resultados. Su esperanza resultó infructuosa y frustrada una y otra vez. Los muertos de hambre estaban empachados de esperanza. El de Nazaret se dio cuenta de que el reinado de Dios nunca llegaría de lo alto. Ni tampoco la justicia se alcanzaría desde la reforma. Y se empeñó en la locura de poner en marcha el embrión de sociedad alternativa. La llamó con la expresión al uso con la que todo el pueblo anhelaba un cambio radical: el reinado de Dios. Aseguraba la libertad. La no intervención de Dios la garantizaba. La actividad era asunto humano. Se trataba de establecer un gobierno capaz de acabar con la miseria y el hambre. El gobierno de la libertad, la justicia y la igualdad. E hizo realidad su empeño. Proclamó a bombo y platillo la Buena Noticia de la llegada de ese marco social e inició su andadura invitando a algunos amigos a adherirse a su proyecto. Y unos cuantos hombres y mujeres le dieron su adhesión. Ese fue el comienzo. Él confió en un desarrollo humilde y eficaz de esa primera célula.

El espacio propio de los seguidores fue la casa; no, el templo. El Galileo era laico. Quienes le siguieron, también. No fundó ninguna religión ni instituyó ritos ni cultos ni actos sagrados. Él, que había salido de las cloacas donde se asfixian los despreciados, se rebeló contra todo conformismo. Y enfiló hacia la vida tirando con arrojo de quienes le siguieron.

La religión, como el sistema y el miedo que ambos diseminan, pinta en oscuro e impone la inmovilidad. La vida, en cambio, como la libertad que la caracteriza, irradia luminosidad y despliega dinamismo. El sistema sombrío se empeña en ocultar la vida. Pero la negrura se desvanece al amanecer. La Vida plena, luz para el ser humano, no se deja enterrar:

“Él (Proyecto) contenía vida
y la vida era la luz del ser humano:
esa luz brilla en la tiniebla
y la tiniebla no la ha apagado” (Jn 1,4-5)
“Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no caminará en la tiniebla, tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).

De ahí que la libertad, la justicia y la igualdad se elevaran en ese Proyecto a rango de sagradas. Libertad, justicia e igualdad posibilitaban la Vida individual y colectiva en plenitud. La auténtica, la no adulterada; la única merecedora de ese nombre: VIDA.

Sordos, ciegos, paralíticos, leprosos, mutilados, fanáticos, violentos, prostitutas, descreídos, gente impura, marginados de todo tipo, castigados a la incomunicación y condenados a no poder integrarse en el Reino por venir, tuvieron preferencia para incorporarse a la sociedad alternativa inaugurada por el Galileo. Era la prueba incontestable de que el tan anhelado reinado de Dios ya estaba en marcha:

“Id y contarle a Juan lo que estáis viendo y oyendo:
ciegos ven y cojos andan,
leprosos quedan limpios y sordos oyen,
muertos resucitan
y pobres reciben la Buena Noticia” (Mt 11,4-5).

La religión promete una salvación en el más allá. El Galileo mostró, sin embargo, que la salvación ha llegado ya. Su propuesta de sociedad alternativa la pone a la mano. Es comprobable y tiene consecuencias positivas inimaginables. La religión ofrece a cada fiel a sus normas y credos una vida para después de la muerte. El de Nazaret aseguró que la vida definitiva ha comenzado aquí. Es social, se puede tocar, sentir, disfrutar. Basta salir de la parálisis y aceptarla.

Santiago, el hermano del Galileo, apostó por la religión. La comunidad reunida en casa de María se decantó por el proyecto. Allí se dieron los primeros pasos. Allí nació Marcos. Su extraordinaria pedagogía contribuyó de manera especial a la expansión del mensaje. Fuera de las fronteras de Israel brotó la pionera comunidad de Antioquía.

Las cosas, entonces, no fueron fáciles. Tampoco, ahora. La decisión siempre cuesta. Mientras se adopta y aparece la luz, tal vez convenga ir resolviendo interrogantes.

 Salvador Santos

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